martes, septiembre 14, 2004

"En el principio... fue la línea de comandos" online

por Neal Stephenson

Presentación

Hace años que los fabricantes de sistemas operativos -como Microsoft o Apple- dedican ingentes recursos a ocultar cómo funcionan realmente los ordenadores, se supone que con la idea de simplificar su uso. Para ello, algunos de sus mejores ingenieros han inventado toda clase de metáforas visuales e interfaces gráficas, lo cual ha permitido que mucha gente se acerque a los ordenadores personales sin sentir pánico o sin provocar grandes gastos de formación de personal a sus empresas.
Pero, lamentablemente, construir ese muro de metáforas en forma de interfaz gráfica entre el ordenador y el usuario (conocida como GUI) ha tenido un coste social y cultural muy notable, al contribuir decisivamente a que la tecnología que subyace al ordenador se perciba como algo mágico, sin conexión alguna entre causas y efectos, recubriendo de un formidable manto de ignorancia todo lo que realmente sucede. Eso ha propiciado estrategias comerciales basadas en el engaño y la trampa, cuando no abiertamente delictivas, y explica que productos muy deficientes, como el propio Windows, sean consumidos masivamente y tolerados por el gran público, que soporta resignadamente una mercancía plagada de errores y sin garantía real alguna, que acepta las pérdidas de datos, los virus, las vulnerabilidades, el control sobre su intimidad y toda clase de errores inesperados como algo natural, inherente al propio ordenador, y no al sistema operativo que lo hace funcionar.
El último -y gravísimo- atropello planificado por parte del principal constructor de interfaces amigables tiene el nombre de TCPA/Palladium y pretende universalizar el software propietario con código malicioso incorporado. Hoy son las empresas las que «legislan» de facto mediante la tecnología y, de imponerse dicho sistema --una auténtica conspiración de Microsoft e Intel contra libertades básicas de las personas--, permitiría realmente la censura remota, la intrusión y el control de los ordenadores personales por parte de las corporaciones multimedia y de los gobiernos, a espaldas del usuario y sin su consentimiento.

La «cultura de la interfaz» se ha impuesto, pero para llegar a ese punto ha hecho falta un largo recorrido salpicado de guerras no declaradas, una auténtica «lucha de clases en el escritorio» que nos ha llevado desde la línea de comandos hasta las vistosas interfaces gráficas actuales. Es precisamente esa historia la que nos narra, de forma amena y desenfada, Neal Stephenson, autor por cierto de algunas de las mejores novelas de ciencia-ficción de la última década, tales como Snow Crash y Criptonomicón.

Existe una comunidad, una cultura compartida, de programadores expertos y gurús de redes, cuya historia se puede rastrear décadas atrás, hasta las primeras minicomputadoras de tiempo compartido y los primigenios experimentos de Arpanet. Los miembros de esta cultura acuñaron el término hacker. Los hackers construyeron la Internet. Los hackers hicieron del sistema operativo Unix lo que es en la actualidad. Los hackers hacen andar Usenet. Los hackers hacen que funcione la WWW.

El heredero de esa cultura es el movimiento del software libre, y su buque insignia: GNU/Linux. En ese ámbito sigue muy viva la interfaz de línea de comandos de la que nos habla Stephenson. Tal circunstancia no responde a ninguna clase de nostalgia o excentricidad, ni se debe solo a una decisión técnica, sino política, pues con ello se ha mantenido intactos el poder y la capacidad de decisión del usuario sobre lo que hace su máquina. Es de esta historia, no muy conocida fuera del ámbito hacker, sobre la que nos ilustra EN EL PRINCIPIO... FUE LA LÍNEA DE COMANDOS. La obra que presentamos constituye un ensayo sobre el pasado y el futuro de los ordenadores personales, un recorrido personal y subjetivo --pero no por ello menos preciso-- a través de la evolución de los sistemas operativos que el autor ha conocido --Windows, MacOS, Linux, BeOS-- y de la actitud que han representado a lo largo del tiempo cada uno de estos en el uso y el tipo de usuario a los que ha dado lugar. No es un libro que trate de evaluar o comparar técnicamente las prestaciones de los distintos sistemas operativos, ni que aborde la típica (y artificiosa) controversia entre usuarios de Mac y de Windows. De hecho, Stephenson sitúa correctamente en el mismo plano a Apple y a Microsoft, como dos caras de la misma moneda: tal y como no hay diferencia cualitativa entre un fabricante de ferraris y otro de ladas (por mucho que estética e incluso funcionalmente no haya comparación posible), tampoco la hay entre Redmond y Cupertino: ambos gigantes representan un modelo basado en el código cerrado, en la restricción y la apropiación de las fuentes del conocimiento y en la venta de licencias.

La alternativa al software propietario no es otro software propietario que funcione mejor o sea más vistoso, o nos salga gratis, sino un modelo de desarrollo y uso del software que devuelva a los usuarios de ordenadores el poder y la libertad que han ido perdiendo a lo largo del tiempo o, aún más, que permita a los usuarios autoorganizarse para ello: ese, y no otro, es el valor del software libre, mucho más que sus excelencias técnicas, las cuales, siendo indiscutibles, no dejan de ser un hecho circunstancial. ¿Y qué es lo que caracteriza pues al software libre? el permiso de copiar, modificar y redistribuir el código (incluyendo su venta), con una única restricción que se puede sintetizar con el título del himno de Caetano Veloso y del Mayo francés: «prohibido prohibir», y que los hackers comprimen aún más llamándolo «copyleft». Esto no es una simple utopía de informáticos libertarios, sino la columna vertebral de Internet (más del 60% de los servidores web se basan en un software libre llamado Apache), el modelo de negocio de numerosas empresas y el sistema que usan ya más de veinte millones de personas en sus ordenadores.

Esta obra sin duda supondrá un punto de vista novedoso para el usuario no especializado, pues le descubrirá de modo ameno un mundo que no es el que le han contado en las revistas de informática, ni en los rutilantes anuncios de las grandes compañías de software propietario, que prometen facilidad de uso a cambio de aceptar la entrega ciega e incondicional a sus productos. Neal Stephenson muestra que no es oro todo lo que reluce debajo de esas metáforas visuales y esos vistosos y (se supone) intuitivos escritorios, que se han impuesto a costa de un ejercicio tramposo de idealización equivalente a las películas de Walt Disney.

Miquel Vidal
miquel@sindominio.net

Prólogo

Aparte de escribir buenas novelas de ciencia ficción (o cómo se llame lo que hace), Neal Stephenson tiene otra faceta más periodística. No está tan marcada como la de Bruce Sterling, quien ha dedicado muchos esfuerzos a informar desde cinco minutos en el futuro, pero es muy interesante, centrándose sobre todo en el mundo de la informática y las tecnologías avanzadas de comunicación. Y aquí es donde Neal Stephenson gana a muchos de los que tratan esos temas: él realmente entiende el fundamento técnico. No es que sus comentarios sean análisis secos de posibilidades tecnológicas, más bien todo lo contrario. Son piezas llenas de opiniones, subjetivas y claramente escritas por una persona en concreto, pero una persona cuya opinión merece tenerse en cuenta porque demuestra conocer bien el campo sobre el que escribe.

Un buen ejemplo es este libro dedicado a los sistemas operativos. EN EL PRINCIPIO... FUE LA LÍNEA DE COMANDOS es una combinación de historia del software, discusión sobre la progresiva ocultación de la realidad tras una «interfaz» cada vez más bonita, meditación sobre el sentido de la vida, diario de los problemas de enfrentarse a varios sistemas operativos diferentes, canto nostálgico a los días en que las cosas se hacían como debían hacerse y, un poco, defensa de los muy masculinos valores de la potencia y el control. Todo empieza con una analogía: los sistemas operativos son como los coches. La compañía Microsoft empezó vendiendo bicicletas motorizadas (MS-DOS), luego pasó a producir una actualización (el Windows original) que permitía a la bicicleta ir más rápido. Y finalmente, produce un coche, no demasiado bonito, que pierde mucho aceite pero que la gente compra mucho. La otra compañía, Apple, vende unos coches muy cómodos, fáciles de usar, pero que vienen herméticamente cerrados de forma que es imposible saber qué hay en su interior. BeOS vende coches de alta tecnologías, hermosos, con gran estilo y capaces de volar, ir por el agua o hacer lo que uno quiera, y más baratos que la competencia. Y por último tenemos algo que no es ni siquiera una compañía, sino más bien un campamento de refugiados, lleno de voluntarios de gran talento, que produce tanques. Sí, tanques. Tan buenos, que nunca se rompen, fáciles de maniobrar, que consumen el mismo combustible que un coche, están fabricados con la última tecnología y, lo mejor de todo, son gratuitos. A medida que uno de esos tanques Linux, ¿no lo habían adivinado?, se termina, se deja en la calle y cualquiera puede llevárselo.

A partir de ahí, Neal Stephenson construye un discurso en el que explica el valor real de una compañía de sistemas operativos (ninguno; su valor sólo está en la cabeza de los clientes que, como Mulder, «quieren creer»), analiza la necesidad de la sociedad americana (y por extensión, el resto del mundo) de ocultar la complejidad tras unos bonitos botones, y discute los muchos problemas de instalar Linux. Y cuando uno sospechaba que está a punto de defender los valores de las herramientas para hombres (después de comparar a Linux con un, maravilloso en su experiencia, taladro industrial) se descuelga con una afirmación sorprendente para un hacker: el mejor sistema operativo sería aquel que combinase la potencia con una buena interfaz gráfica. Es decir, uno que te dejase la posibilidad de abrir una ventana a la línea de comando. Es decir, BeOS.

Porque la línea de comando es la mejor forma de relacionarse con el mundo. La línea de comando es lo que te permite acceder a la realidad fundamental. Seguro que dios cuando creo el universo lo hizo como un hacker delante de la pantalla de su ordenador tecleando crípticos comandos para crear universos.

¿Son 150 páginas de un discurso laberíntico? Muy posiblemente. ¿Tiene razón en lo que dice? En buena parte. ¿Se va por las ramas? Ciertamente. ¿Es apasionante de leer? Puedes apostarlo. Porque EN EL PRINCIPIO... FUE LA LÍNEA DE COMANDOS está escrito con pasión, y por un autor que sabe utilizar atrevidas metáforas y brillantes imágenes, que a cada página puede sorprender con una observación inteligente o un dato interesante. Cuando terminas, te quedas con el inexplicable deseo de instalar BeOS en tu ordenador. Lo que puede resumirse diciendo que es otro buen libro de Neal Stephenson.

Pedro Jorge Romero

En el principio... fue la línea de comandos ::: completo y traducido